150 años de lingüística. Solano[1]

IDIOMA Y ESTILO 1742

La preocupación por la lengua española y por el habla ecuatoriana de esa lengua es cosa que puede rastrearse ya en escritos anteriores a ese 1830 que nos ha puesto en este plan de gran balance general. Espejo tiene ya cáusticas observaciones sobre gente que maltrataba la lengua y que, por supuesto, no le caía bien.

A los primeros 30 años de la república, la turbulencia general y descomposición creciente, apenas dejaron holgura para estos quehaceres. Y fueron aquellas individualidades poderosas -a las que me refiriera en el artículo anterior- las que se dieron tiempo también para orientar a los ecuatorianos sobre cosas del lenguaje.

Entre ellos, el más acucioso, el más penetrante, el más certero para estas cosas, Solano[2].

Y Solano es, además, delicioso.

En el más famoso de sus periódicos que llamó La Escoba y lanzó a la circulación con el epígrafe de “¡No más tontos! – Grito de la razón”, en los números 31 y 32 de 13 y 20 de enero de 1858, respectivamente, dedica artículos al asunto, con el mismo título “Lengua castellana”. Ambos los reproduje en Clásicos Ariel, en el segundo tomo de obras escogidas que esa colección dedicó al gran fraile cuencano. El primero comienza así:

Decía Carlos V que la lengua latina era para hablar con Dios; la alemana para hablar con los perros, la inglesa, con los pájaros; la francesa, con las mujeres; la española, con los hombres. En verdad, después de Carlos V se ha visto un perro pronunciar algunas palabras alemanas que le habían enseñado, y no hace muchos años que en Londres oyeron recitar a un canario una oración bastante larga en el idioma inglés; cosa que atrajo la curiosidad de muchísimas gentes y produjo bastante provecho al dueño del canario parlante. Todo esto prueba la exactitud del dicho de Carlos V; por consiguiente, debemos mirar la lengua castellana como la más hermosa y digna del hombre.

¿Qué fue, al fin, lo que dijo el emperador en la tan traída y llevada fórmula?

El novelista Diego Viga, que se llama en la vida ordinaria Paul Engel y es alemán, en su última novela (que es, dicho sea de paso, la que más me ha interesado de todas las suyas), pone a dialogar a Carlos, flamante emperador, con un rústico castellano, en plena meseta, y el campesino le pregunta:

¿En qué lengua hablasteis?

En francés -le responde Carlos-. Con los hombres suelo hablar en francés.

Y ¿con las mujeres?

Por lo general en italiano, es tan suave y cariñoso.

¿Y qué otros idiomas habláis?

Con mis caballos hablo en alemán, son tan fuertes y rústicos.

¿Y con quién habláis castellano?

El castellano es un idioma severo, lo uso para con Dios, nuestro Señor:

Así está el famoso lugar en Los conquistadores de Diego Viga. Otra vez el alemán sale mal parado, porque pasar de los perros a los caballos, por más que estos fuesen imperiales, no es un ganar mucho.

Detrás de la curiosidad está una cuestión que alguna vez se tuvo por seria; casi por grave: la de dar con las posibilidades expresivas o artísticas, mayores o menores, peculiares al menos, según las lenguas. Actualmente no creo que nadie se caliente los sesos con esto: sabemos de un lado que cada lengua se basta para decir todo lo que sea necesario decir, y de otro que cuando en una lengua aparece un monstruo como Shakespeare, lleva sus posibilidades hasta lo más brutal por una frontera, hacia lo más tierno por la otra, hacia lo más perturbador por la de más allá y hacia lo más sutil por otros lados.

Ni pienso que Solano tomase en serio aquello de que la lengua alemana para los perros, la francesa para las mujeres, la española para los hombres, la inglesa para los pájaros… Lo que ocurre es que el fraile dijo alguna vez que el periodista debía tener un ingenio verde, y el hacía gala de cumplir el requisito.

Lo que queda después de tan original y divertido exordio es la pasión y orgullo que tenía Solano de usar la lengua española, y lo que le dolía ver la suerte que tan rica y hermosa lengua estaba corriendo. Pero mejor escuchar a Solano:

Nosotros tenemos la dicha de hablas esta lengua; pero somos desgraciados, porque no la hemos aprendido por principios, ni somos dueños de su inmensa riqueza, para emplearla oportunamente en todos los casos diversos. Por otra parte la civilización siempre comienza por el idioma patrio; cuanto sea su progreso, tanto será el fruto que saque de las ciencias y artes. Así vemos que las naciones civilizadas no han llegado al punto más elevado, sino después de haber perfeccionado su idioma.

En fin, Solano, el menudo frailecito del sur, al que nunca dejaba de leer Bolívar, pensaba muy a lo grande. Y por eso fundó tantas cosas en la naciente república. Pero merece la pena seguir.

[1] Artículo publicado en Expreso, 21/05/1980, P. 6

[2] Existe un largo estudio sobre Solano en Rodríguez, Hernán (2014). Historia de la literatura ecuatoriana S. XIX, 1800-1860. Consejo Nacional de Cultura. Tomo II, Cap. VII, pp. 815-1153

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