Un perfil de domingo con Hernán Rodríguez Castelo

Por Christian Rodríguez C.

Quito, enero de 2011

Los domingos, al sentarnos a la mesa, la familia almuerza junta alrededor de Hernán y Pía; hablamos de muchas cosas, desde las cotidianas y sucedidas en los colegios de cada nieto, hasta las de política del país, donde los consensos no llegan.

En rectángulo, a la forma de la mesa, y presidiendo cada cabecera van Hernán (Quito, 1933), Pía (Quito, 1943) y regados en sus lados largos sus tres hijos (Sigrid, Christian, Selma y su esposo Carlos), y sus cuatro nietos (Atic, Sebastián, Doménica y Felipe) y cierra el escultor Jesús Cobo (Chunchi, 1953), apreciado amigo de la familia.

Con Hernán siempre será más rápido dar cuenta de su árbol genealógico, que hunde sus raíces hasta Simón Rodríguez, maestro del Libertador Simón Bolívar, pasando por su bisabuelo Cito Rodríguez (1832 – Túquerres 1929), hasta sus padres María Esther Castelo Peñaherrera (Ibarra, 1904 – Guayaquil, 1990) y Humberto Rodríguez Dávila (Otavalo-Quito), que de su prolífica labor y producción cultural que, a decir de Rodolfo Pérez Pimentel, en su Diccionario Biográfico del Ecuador, tomo V, puede encauzarse en tres grandes vertientes: i) la de lingüística, ii) la de crítico literario, poético y artístico, y iii) la de escritor de literatura infantil y juvenil.

El almuerzo puede dar inicio con un campari en las rocas luego de que Hernán ha bajado de la huerta donde en los últimos 20 años ha plantado, cuidado y cosechado limoneros, que proveen del frutos a propios y extraños; el aperitivo da paso a una comida respetuosa y libre, sopa para quien quiere sopa, segundo para quien quiera, postre para el que pueda; y acabamos con un café preparado por él mismo, quien muele los granos y filtra la bebida, cerrando con su aporte la comida.

Mientras avanza el almuerzo nos preguntamos si la nueva publicación a puertas de imprenta es la 108 ó 109, la respuesta es discutida hasta acordar que “Manuela” será la número 109, y ésto porque seguirlo en su quehacer diario puede ser difícil; si al conjunto de libros realizados sumáramos los artículos de prensa, los aportes a obras conjuntas, las críticas de arte y literarias, los prólogos a obras de otros autores, las conferencias y otros materiales como manuales de clase podríamos sacar una alta suma de lo que este escritor produce cada día, sin descanso y sin pérdida de calidad, interés o rigor.

Su primer libro “Recuerdos de una excursión”, en tiraje de tres ejemplares a mano escrita -uno por él mismo, otro por su madre y el último por su padre (inédito)- fue escrito en 1945, a sus doce años, y narra las observaciones del niño sobre los pueblos y paisajes recorridos durante el paseo de fin de primaria en la escuela Espejo: Cuenca, Loja, Zaruma, Guayaquil y Salinas.

Su arte de decir a través de la palabra escrita o hablada no es producto de la casualidad o una inspiración que fluye sin más por sus venas; es resultado de una formación sólida iniciada con los fabulosos traspiés de pasar por seis escuelas (termina en la Espejo, 1945) y dos colegios (terminó en el San Gabriel, 1951), lo que al ser comentado en los almuerzos deslumbra a los nietos y supongo que también causó sensación en su momento entre sus padres, ambos maestros, ambos íntegros. Su acercamiento a los de Loyola no se cortaría sino hasta el año 1966.

Su tropezada etapa escolar no impide su construcción como un gran lector y escritor obteniendo dos reconocimientos es esos primeros años: el 1º premio en el concurso organizado por la misma escuela Espejo sobre González Suárez y el premio al concurso nacional realizado por el periódico “La Voz del Pueblo” para elaborar un texto en solo cien palabras sobre la vida de Mariana de Jesús.

Recuerdos importantes de aquellos años son el contacto con la escritora Zoila Ugarte de Landívar, quien realiza las primeras, diríamos hoy, lecturas críticas y correcciones de sus textos y a quien ella llamaba “su muchacho”; y el regalo realizado por María Angélica Idrobo en 1939, tras un viaje a la Argentina, de una pelota y un libro: Hansel y Gretel de los hermanos Grimm.

En lo formal, realizó estudios de ascética y mística (1951-1953) en el Centro de estudios clásicos que los Jesuitas tenían en Cotocollao, considerado el mejor de América en esos años; obtuvo una licenciatura en Literatura (1953-1956) en el Instituto de Humanidades Clásicas de la Universidad Católica y otra en Filosofía (1956-1959) en la Facultad de Filosofía de la misma universidad. Tiene un Baccalaureatus en Teología (1966) otorgado por la Pontificia Universidad de Comillas en Santander España.

Hernán es un hombre de su tiempo, que vive con intensidad, emoción y dolor los momentos políticos del país, que afectan de manera directa su existencia, así la invasión peruana de 1941, que deja niños y niñas desplazados de la provincia de El Oro, los que llegan a Quito y se los instala en la llamada “Colonia Machala” (en los terrenos que ocupa actualmente el Hospital Baca Ortiz) que pasa a ser dirigida por María Esther, su madre, con lo cual toda la familia se muda al edificio, ya que de otra manera la educadora no podría cumplir con su trabajo.

Como apunte a este período ha escrito Hernán años más tarde, en “Madre maestra y maestra madre”, Quito 2004, que “La integridad del territorio patrio se había violado no con el arma bajo el brazo sino con ominosos enredos de los hilos de la diplomacia, que habría dicho González Suárez y María Esther repetía a sus hijos”. Hecho, como muchos otros, que se repetiría años más tarde con iguales miserias de sectores del país a favor de los enemigos y en traición a los intereses como nación.

Decir de Hernán, como de los autores ecuatorianos a quienes él ha estudiado en su “Historia General y Crítica de la Literatura Ecuatoriana” -que abarca del período precolombino hasta el siglo XIX- que es un publicista y que al asumir así su trabajo ha sido y es crítico y polemista, generador y orientador de opinión es, sin exagerar, ser justo.

A partir de 1959, con su primera columna bajo el seudónimo de “Tragicristiano”, en un periódico de los jesuitas en Quito, inició su prolífica práctica de cronista, que llega a nuestros días. Su labor periodística ha sido la crónica de los temas más preocupantes de la cultura en la que ha estado inserto; este rasgo lo hace narrador de un tiempo pero también actor de él.

Su primera gran polémica periodística se da en España con sus publicaciones en “La Estafeta Literaria” y “Reseña” que provocan la reacción del sector más conservador de la Compañía de Jesús, este enfrentamiento determinó su retorno al país, en 1965, y su posterior separación de la Compañía en 1966 en un momento en que, como lo señaló en el padre Marco Vinicio Rueda, S.J., era una vergüenza que un jesuita deba salir de la Orden porque quiere trabajar dentro del espíritu de Loyola y que eso revelaba el grado de decadencia al que se había llegado.

Ya en Ecuador se vinculó al diario El Tiempo de Quito donde mantuvo la página cultural con “El libro de la semana” y las columnas “Microensayo”, semanal, e “Idioma y Estilo”, trisemanal, esta última tras desaparecer el diario quiteño siguió apareciendo en el guayaquileño Diario Expreso, con más de 2000 entregas; también, como lingüista y guardián del uso correcto del idioma e inspirado por la española “La Codorniz”, creó la “La Cárcel de Papel”. Hoy, sin espacio en los medios por su postura crítica a los acontecimientos en el país, y aprovechando las facilidades de la tecnología, cuenta con su página en la red (www.hernanrodriguezcastelo.com) donde ha reiniciado su práctica periodística con la columna Tarjetas amarillas.

Los domingos también hablamos de cine y nos enteramos del clima en Alangasí, en el Valle de los Chillos, donde vive desde hace más de 30 años, en una casa con paredes de adobe de setenta centímetros de ancho y techo de teja. Sabemos que, a pesar de las contraindicaciones del cardiólogo, ha subido como todos los martes al Ilaló, y -aunque suene a lugar común- ésto se da llueva, truene o relampaguee; y ha ido a nadar sus 50 largos en la piscina municipal de La Moya.

El montañismo ha sido una pasión en su vida, los montes han sido y son el horizonte para su soledad, creo que necesaria para crear. Sobre la natación nos ha comentado que la afición nació bastante después del día en que tuvo que aprender a nadar solo en la piscina del Sena, de aguas friísimas, para aprobar el pase de primer curso en el colegio “Montúfar”, lo cual hizo con gran esfuerzo.

En este caminar, pisar la tierra, el Quijote ha sido una obra casi ícono, por lo cual en su periodo español (1962-1965) recorrió los caminos seguidos por el Hidalgo tres veces, todas a pie; y, al igual que su primer libro, surgido de un recorrer tierras ecuatorianas, este andar por La Mancha se recogió en “Por los caminos del Quijote”, Quito, 1964.

Hay momentos, que, aunque vistos de manera somera, son fundamentales en el perfil de Rodríguez Castelo: 1966, cuando tras la dictadura militar se inicia la “Revolución Cultural” por recuperar la Casa de la Cultura Ecuatoriana; ahí lo encontramos no solo como miembro de las comisiones para reorganizar la institución sino como delegado para la negociación con el gobierno para consolidar los cambios necesarios, hechos que marcan el reconocimiento sobre la solidez de sus criterios.

Para 1971 inicia la edición y prologación de la colección Biblioteca de Autores Ecuatorianos “Clásicos Ariel”, empresa cultural y editorial sin igual en el país, con la publicación de 100 títulos. Este mismo año es designado Miembro Correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y tres años más tarde, 1974, es promovido a Miembro de Número, con lo cual se convierte en el Académico de Número más joven en la historia de la Academia Ecuatoriana.

En 1975, publica “Caperucito Azul”, su primera novela para niños, escrita en España, seguida por “El Fantasmita de las Gafas Verdes”, 1978, narrada en tierra americana y ambientada en el valle de los Chillos. Un año más tarde se publicará “El Grillito del Trigal”, que incluye algunos textos escritos en España en los años 1962-1965, entre los que se pueden destacar el cuento “Rumi Guagua, el niño de los Andes” premio “Doncel”, Madrid 1964; y “Miriam Yola”, páginas autobiográficas de gran valor para adentrarnos en su: ““He salido llevando conmigo lo más hondo y lo más agudo de la angustia de los hombres. Este es el dolor del que lee muchos “grandes libros malos” –esos por los que he roto lanzas y he quemado barbas, esos que amo, así como son, complejos y difíciles, y apasionantes y entrañables-. Porque los grandes libros se recuerdan siempre. Porque los grandes libros llegan a hacérsenos sustancia propia. Los grandes libros “malos”, han recogido la angustia y el dolor de los más sensibles de los hombres.””

Hombre de grandes empresas, asumidas con pasión, nunca ha priorizado la relación económica o acondicionado a ella su producción, en parte por su generosidad para dar de sí, en parte por su humanismo clásico, en parte porque en un país como el Ecuador esperar que se valoren las expresiones del arte literario o plástico para emprender en su realización nos empobrecería cada día más.

Hoy, alejado del magisterio es probable que en cada reunión pública o en las simples compras de supermercado se acerque alguien y lo salude con cariño recordando que fue su maestro, ya sea en sus años del San Gabriel o del Colegio de América. Hernán ha tenido la inteligencia y la capacidad para hacer trascender sus acciones e inmortalizarlas en publicaciones, así de sus años como profesor en el San Gabriel nos quedan sus “Diarios del San Gabriel”; de su experiencia profesional y como docente de periodismo nos ha dejado “Redacción Periodística”, publicación de CIESPAL; de su conocer madurado de los niños y niñas de nuestro país su fantástica y humana “Historia del niño que era rey y quería casarse con la niña que no era reina”, anticipación mágica a la memoria de los 500 años del encuentro de dos mundos: el europeo y el americano.

Libro como “El Camino del Lector” guía de lectura de 2.600 libros de narrativa para niños, jóvenes y adultos, clasificados según edades, dos tomos, Quito 1988, es no solo una muestra de la erudición de Hernán, sino del acervo cultural de la humanidad que tiene y, nuevamente, de la generosidad para dar. Y porque como el lo ha señalado que en la literatura infantil y juvenil se ha dicho de la manera más honda cosas sobre los mayores problemas de la humanidad así como de sus cimas.

Uno de sus grandes frentes de trabajo actualmente está en avanzar en la “Historia General y Crítica de la Literatura Ecuatoriana”, de la que lleva publicadas hasta la parte IV: “Literatura en la Audiencia de Quito. Siglo XVIII” y está preparándose para impresión su parte V: “Literatura Ecuatoriana Siglo XIX, parte primera 1800-1860”; trabajada con intensidad esta sexta parte ha permitido recuperar para la memoria del Ecuador a grandes hombres en momentos de especial significación: Benigno Malo, bicentenario de su natalicio 10 de marzo de 2007; Pedro Moncayo, bicentenario de su natalicio, 29 de junio 2007; Francisco Aguirre Abad, bicentenario de su natalicio, 17 de abril 2008. Sin dejar aparte a Rocafuerte, Olmedo, Solano, Mejía, Manuela Sáenz y los “hombres de agosto”: Rodríguez de Quiroga, Morales, Riofrío, Rodríguez de Soto y Valdivieso, entre otros.

Como hemos comentado ya, van más de cien libros publicados y un perfil resulta corto para nombrarlos, sin embargo su página web es una fuente de consulta que completa esta visión a la que espero se remitan cuantos se encuentren interesados. Porque de teatro, lingüística, ensayo y crítica literaria y plástica nada hemos tocado; sobre esto último puedo decir que en algún momento del almuerzo se habla de seguir los pasos del padre, sin embargo, el con certeza pide reflexionar la decisión dando a la suerte un papel importante a lo logrado hasta hoy: el momento histórico vivido, las relaciones generadas, la construcción de un nombre.

Aprovechamos la presencia del escultor Jesús Cobo con nosotros para contarle una de las últimas aventuras culturales de Hernán, quien aceptó la invitación del artista Hugo Proaño para ser jurado del concurso internacional de escultura pública que se trabajaría sobre troncos de madera de eucalipto, en Machachi, en el pasado noviembre. El día de la premiación, el jurado compuesto por el crítico Miguel Mejía, el mismo Hugo en ausencia del jurado principal y Hernán, se lee el veredicto, el cual premiaba dos muy buenas obras, fallo que no coincidía con el de la selección del público. Allí mismo se desencadenó una serie de protestas, reclamos, amenazas de incendiar la escultura (de dos o más metros) y hasta de linchar a los jurados, por parte de uno de los concursantes y un grupo de enardecidos.

A Hernán y Mejía los pudimos meter a tiempo a un vehículo y sacarlos del lugar, mientras a Proaño, quien es de Machachi, la turba amenazaba con agredir físicamente cosa que hibiese ocurrido si no es defendido por un grupo de estudiantes de la Facultad de Artes de la UCE. Terminado el incidente y comiendo en lugar seguro Hernán dijo, con muy buen humor, me he salvado de ser linchado a los más de veinte años.

Su horario de trabajo sigue igual que hace treinta años: llegar a la madrugada, aprovechar el silencio y soledad de la noche, porque la montaña no está siempre, dormir hasta las diez de la mañana y empezar el día con un desayuno para cuidar el colesterol (en algo hace caso a los médicos), abonar/alimentar a sus árboles, también cuida los míos, luego depende de si es día de monte o de piscina, si no al estudio hasta la hora del almuerzo. Trabaja en ritmos de dos horas más de diez horas al día, sin contar con las lecturas de placer.

La casa de Hernán ha sido siempre un espacio abierto para artistas y amigos, lo que en su día doña Zoila Ugarte le dio, él da a quien se le acerca: una visión crítica y orientadora, que enmarque la producción de cada uno con el momento que vivimos, que les permita hallar su lenguaje y su expresión. Y si la visita es a la hora del almuerzo pues a apretarse y aumentar un plato y ha ser parte del momento.

Me han dicho, como a su hijo, que él es un maestro y sé que así es, que así ha sido con sus hijos, que así es con sus nietos y que así será con quién quiera oírlo.

Este perfil es incompleto, pero tampoco podría acabar en una enumeración o listado de fechas y eventos, premios y publicaciones, eso está en su biografía,  completa que son nada menos que 17 páginas; ésto debe finalizar como terminan los almuerzos, dejando cosas para contar el resto del día, en otras comidas y en nuevos domingos, con olor a café recién pasado.

 

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