Arte

Tareas cumplidas por Hernán Rodríguez Castelo
para el crecimiento y promoción del arte ecuatoriano.

 Cuando en 1977,  ediciones paralelo cero, empresa editora gerenciada por el Ing. Héctor Merino, emprende la magna obra Ecuador, la naturaleza y el hombre, destinada a dar a conocer la grandeza del país al mundo -en lujosísima edición en cuatro lenguas-  se confió el capítulo dedicado a las artes a Hernán Rodríguez Castelo –HRC-. Fue el 10: «El hombre y su genio». Fue un recorrido de una de las mayores manifestaciones del genio del hombre ecuatoriano, las artes visuales, desde los imagineros coloniales hasta los artistas contemporáneos, sin desatender al primor de las artes populares y artesanías. El brillante ensayo perseguía los rasgos del genio del hombre ecuatoriano a través de los tiempos y relacionando las artes visuales con otras manifestaciones estéticas. A este tenor:

       Otro rasgo indio que nace en las obscuras raíces, traspasa la recia cepa hispánica y brota en inconfundibles rasgos mestizos, es la ternura. Una misma línea de ternura mestiza une las efusiones de la mística Catalina de Jesús Herrera con las maternidades  y los niños de Kingman, el gran pintor ecuatoriano de lo indio, y con los pasajes más líricos de «Huasipungo»; aquellos en los cuales ese fresco bárbaro que es la novela se adelgaza hasta las lágrimas.

       Y la ternura explica -unida al sensual tratamiento de la materia y a la fuerza- las desoladas criaturas de Félix Aráuz.

       En el habla, última y más entrañable substancia del genio de un pueblo, esta ternura se expresa en el uso más original, rico y variado del diminutivo. «Vea, bonitica, compre estos tomatitos. Están rebajaditos…» «Ay, caserita, caritos están todavía». Y algo aun más sugestivo: la presencia del quichua en el castellano del Ecuador a menudo tiene valores afectivos de ternura, comenzando por aquellos familiares que resuman afección delicada de «taitico», «mamita» y «guagüito» (T.II, pg. 686)

En junio de 1966 entró al diario «El Tiempo» de Quito, con el reto de mantener una Página Cultural diaria. Esa página animó la vida cultural del Quito, y poco más tarde de otras ciudades del país.

El balance del primer mes recogía todo esto: crítica de teatro (2 veces), conferencias (6), espectáculos culturales (4), crónica detallada de foros de cultura (3), entrevistas a personajes del mundo cultural (4), crítica de actos inculturales (3). Y así.

En la atención prestada a la actividad cultural se destacaba la dada al arte visual: comentario de exposiciones (6), crítica a pintores (3).

Y era diaria la información sobre actividad artística. El 1 de julio, por ejemplo, se recordaba que en la galería «Artes» se exponían obras inéditas de los pintores que representaron al país en la Bienal de Venecia: Villacís, Viteri y Tábara; además de grabados de Kurt Muller. Y en la «Siglo XX» había nuevos trabajos de Gilberto Almeida y Hugo Cifuentes.

Y al día siguiente se daba extensa información sobre la muestra que había inaugurado en la U. Católica de Guayaquil el gran grabador alemán-ecuatoriano Peter Mussfelt. El catálogo reproducía las opiniones vertidas por «El Tiempo» cuando el mismo artista expusiera en el Centro de Artes de la Universidad Central.

Pronto, la crítica de las muestras importantes de artes visuales ocupó lugar preferencial en la «Página Cultural» de «El Tiempo».  Con una peculiaridad, única en el medio: esa crítica, amplia y con varias fotografías, aparecía al día siguiente de abierta la muestra.

Y, desde las primeras entregas, estos fueron comentarios críticos, hasta severos, si se quiere, pero que el mundo cultural ecuatoriano los recibió como algo que hacía falta.

En la edición de 16 de julio de 1966, en una «Guía para ver el Salón  de Artes Plásticas 1966», tras destacar las calidades de obras de Oswaldo Viteri, Diógenes Paredes y Leonardo Tejada, se invitaba al lector a tachar de «malo, pobre y hasta grotesco» lo que mereciera tales calificativos en un Salón pobre y desigual. Mencionándolas con nombre del artista y el título se decía de algunas obras «De una ligereza y mal gusto irritante», «mecánicamente hecho. Un Tábara tímido y monótono», «una buena idea frustrada. Cae en un decorativismo dibujado» y hasta «una madera para ser vendida en la «24 de Mayo».

Desde estas primeras críticas H. R. C. se granjearía el prestigio de crítico severo, pero riguroso, meticuloso en el análisis de las obras.

Esta atención sostenida al desenvolvimiento de las artes visuales nacionales hizo posible que en el libro de suma y balance del desarrollo de la cultura ecuatoriana en la década 1969-1979 diez años de cultura en el Ecuador pintura y escultura tuviesen un lugar destacado: «La pintura: década de definiciones», páginas 87-98.

Después de salir de El Tiempo trabajó en Expreso de Guayaquil y en Hoy, desde su fundación. En el suplemento «Semana» de Expreso dedicó artículos monográficos a numerosos artistas.

En 1980 apareció el número 1 de la Revista Diners, publicación mensual de Diners Club del Ecuador. La revista dedicaba las páginas centrales a una Galería Diners de Artistas Ecuatorianos, en la que, con  lujo de fotografías a todo color de Ken Gosney -una de las cuales era la portada de la revista-, se presentaba, con una visión crítica de su trayectoria, a un artista ecuatoriano. Se confió el texto de esas presentaciones monográficas a H. R. C.

En el primer número (marzo 1980) el artista fue Nelson Román (páginas 44-49).

Siguieron Eduardo Kingman (No.  2, pgs. 48-54); Aníbal Villacís (No.3, pgs. 44-50); Sergio Guarderas (No. 4, pgs.42-47); Enrique Tábara (No. 5, pgs. 32-40); Mauricio Bueno (No. 6, pgs. 36-44); Leonardo Tejada (No.  8, págs. 44-49): César Andrade Faini (No. 9, pgs.42-46); Estuardo Maldonado (No. 10, pgs. 42-47); Edgar Carrasco (No. 11, pgs.50-54); Galo Galecio (No. 12, págs. 48-52); Aracely Gilbert (No.13, págs. 54-58); Oswaldo Viteri. -A partir de este número con fotografía de Alexander Hirtz- (No. 14, pgs. 54-58); Gonzalo Endara Crow (No. 15, págs. 44-48), etc.

En 1990, para celebrar «10 años al servicio del arte», Diners publica el libro 100 artistas del Ecuador. En él se resume, en cada uno de los cien artistas, lo tratado con amplitud en los primeros cien números de la revista, en su inmensa mayoría por el crítico H. R. C.

Abrió ese libro un largo ensayo introductorio de H. R. C.: «La década de la crisis y los Dólares», págs. 13-21.

En 1985 H. R. C. escribe el primer libro sobre un artista ecuatoriano: Kingman, publicado por «La Manzana Verde». Primer estudio crítico completo sobre uno de los grandes de la plástica nacional, en edición  meticulosamente cuidad. H. R. C. viajó a Italia para cuidar que el color de las reproducciones fuera exacto. Halló que era de gran  perfección. Para la noche de la presentación de la obra, en el local de «La Manzana Verde» en Quito, hizo un guión para un cortometraje sobre el artista y su obra.

A esta obra ejemplar seguirían numerosos libros sobre artistas, hasta culminar esta empresa en dos obras fundamentales para el desentrañamiento y  valoración de la tarea cumplida por la generación a la que esos artistas pertenecían y representaban estupendamente: Tejada (Banco Central del Ecuador, 2008) y Viteri (Libri Mundi y Santillana, 2008).

Del Tejada ha escrito un editorialista: «esta obra muestra al crítico Hernán Rodríguez Castelo en un momento especial de su valioso aporte al arte del Ecuador, porque logra crear un libro fundamental de la pintura del país, que se suma a su intensa actividad y el legado de su obra «Nuevo Diccionario crítico de artistas plásticos del Ecuador del siglo XX» y «Rodríguez Castelo logra un prodigio: a través de mirar la obra del pintor Tejada nos muestra una deslumbrante panorámica de la cultura ecuatoriana de la mitad del siglo XX, acompañada de una obra que fluye y cuestiona, que ama profundamente su país pero también lo interroga, como para preguntarle de qué barro viene y cuál es su embrujo» (Juan Carlos Morales: «Un libro de Tejada», El Telégrafo, 26 de septiembre de 2009).

Si el Tejada constituyó el más completo y penetrante análisis que se hubiese hecho de la generación del llamado «Realismo Social», el Viteri lo hizo con la siguiente generación, a través de uno de sus artistas fundamentales. Y, al abrirse esa generación a las corrientes del mundo del arte, el crítico relacionó la obra de Viteri, en cada una de sus etapas, con el arte de América, Europa y Estados Unidos.

Los libros dedicados a artistas que siguieron al Kingman fueron:

Los cuatro mosqueteros: Iza, Jácome, Román y Unda, Quito, Fundación Cultural Exedra, 1993

Nelson Román, el ojo del jaguar, Quito, Banco Central del Ecuador, 2004

Ballesteros, Ambato, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Tungurahua, 2011.

Chalco, Cuenca, Fundación Chalco, 2011

A más de estos libros, H. R. C. ha escrito textos largos para catálogos de numerosos artistas.

Las partes correspondientes al siglo XVII y al siglo XVIII de su vasta Historia General y Crítica de la Literatura Ecuatoriana comienzan por panorámicas que dibujan los contextos de esa literatura. En los dos se atendió al arte. En la del siglo XVII se comenzaba esta parte así: «Manifestación de especial plenitud del espíritu de este siglo quiteño es su arte» y se dedicaba a ese arte las páginas 62-77 (Literatura en la Audiencia de Quito. Siglo XVII, Quito, Banco Central del Ecuador, 1980).

En el primer tomo del siglo XVIII se dedicó al arte en el cuadro general del siglo estos apartados: «La espléndida fábrica de sus iglesias», «El Barroco floreció en retablos», «Las dos cumbres de la escultura» (Legarda y Caspicara), «La vocación para el primor había hallado cauce», «A través de un arte delicado y sutil», «Cierran el siglo de la pintura» (Bernardo Rodríguez y Manuel Samaniego) (Literatura en la Audiencia de Quito. Siglo XVIII, Ambato, Casa de la Cultura Ecuatoriana «Benjamín Carrión», Núcleo de Tungurahua, 2002, pgs. 104-118).

En 1993 la Biblioteca Ecuatoriana de la Familia encargó a H. R. C. el breviario básico de arte ecuatoriano. Entonces escribió Panorama del arte ecuatoriano, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, en que, como anuncia el libro, «resume en forma brillante cuanto ha creado del genio artístico del hombre ecuatoriano desde los primeros trazos de nuestra cultura hasta el presente». El libro comienza por el arte aborigen: Período formativo, Período de desarrollo regional, Período de integración. Sigue con el arte colonial, el arte republicano y culmina con el arte del siglo XX.

Al arte del siglo XX dedicó una panorámica en que organizó ese bullente mundo de creadores y creaciones con el método generacional: El siglo XX de las artes visuales en Ecuador, Guayaquil, Banco Central del Ecuador, 1988.

Otros libros sobre arte ecuatoriano contemporáneo o del siglo XX fueron temáticos:

Arte sacro contemporáneo del Ecuador, Guayaquil, Banco Central del Ecuador-Banco del Pacífico, 1985. (Con largo ensayo introductorio en que precisa el concepto de lo sacro (muy diferente de religioso o devoto, o cosas así): revisa en amplio panorama del arte sacro contemporáneo, y llega al arte sacro contemporáneo del Ecuador.

El gran libro del desnudo en la pintura ecuatoriana del siglo XX, Quito, Ecuasanitas, Trama-Ediecuatorial, 2008

Otros trabajos de menor extensión, pero especialmente sugestivos han sido:

Pequeña antología de Quito en el siglo XX, Quito, Centro Cultural Benjamín Carrión, 2001.

Pequeña antología de la moderna acuarela ecuatoriana, Quito, Centro Cultural Benjamín Carrión, 2001

Para la conmemoración de los 25 años del Salón Nacional de Pintura «Luis A. Martínez» -del que, como de varios otros salones nacionales, había sido jurado-  publicó Salón Nacional de Pintura LUIS A. MARTÍNEZ, 25 años, Ambato, I. Municipio de Ambato, 1994.

Y en el libro La pasión en el arte quiteño (Quito, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 1999), se publicó su largo ensayo «Berroeta y su pasión».

En la administración de la Casa de la Cultura Ecuatoriana presidida por el escultor Milton Barragán, se procuró subsanar algunas granes deficiencias de la institución. Una era que no contaba con medios para responder a interrogantes planteados sobre todo por visitantes y estudiosos extranjeros sobre artistas nacionales. Carecía de información sobre la mayor parte de ellos. Entonces se contrató con especialistas hacer unas fichas sobre artistas visuales, escritores y  músicos. El fichero de artistas visuales se lo encargó a H. R. C. El estudioso y crítico cumplió el encargo, pero hizo ver que cien, doscientas y hasta trescientas fichas resultaban algo absolutamente insatisfactorio frente el enorme número de creadores de las artes visuales del siglo, y que, además, lo que la ficha podía dar del autor resultaba en los casos de los mejores artistas muy pobre. Y se comprometió a trabajar un libro más o menos completo. Así nació el primer repertorio de artistas plásticos ecuatorianos del siglo XX: Diccionario crítico de artistas plásticos del Ecuador del siglo XX, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana 1992.

Son 449 artistas, y acerca de su tratamiento, El Comercio de Quito comentó: «Pero la parte central y más interesante en cada artista es la de comentario y crítica. Es lo medular y donde el autor luce un amplio conocimiento de la trayectoria de cada artista -al menos de los más dignos de atención-, etapa por etapa. Hay un gran trabajo de crítica rigurosa y técnica. Las apreciaciones críticas se apoyan generalmente en análisis que llegan a la referencia de obras concretas. En los casos más destacados, esta apreciación crítica se  ilustra con la reproducción de una y hasta dos obras del artista» (El Comercio, 22 de junio de 1992)

Catorce años después, esta gran empresa cumplió una nueva jornada: Nuevo diccionario crítico de artistas plásticos del Ecuador del siglo XX, Quito, Centro Cultural, Benjamín Carrión- Municipio Metropolitano de Quito, 2006.

De 449 artistas se había pasado a 679, y las 420 páginas del Diccionario se habían convertido en 800: nuevos artistas y mayor comentario en los que más habían evolucionado en su creación. «Es un libro nuevo -de decía- por el tratamiento que da a consagrados y artistas que en el siglo culminaron su trayectoria; por el modo como se sigue a artistas que en 1992 apenas daban prometedores primeros pasos y en esta última década se han afirmado como poderosos creadores; por todos los artistas nuevos que han reclamado su inclusión en una obra de suma de las artes visuales ecuatorianas».

Al terminar el siglo XX, H. R. C. hizo  una gran suma de lo que el siglo había dado en libros, sobre todo de literatura, género por género, en el mundo y en América Latina, año por año.

Pero antes de entrar en la literatura atendió, también año por año, a ciencia y técnica, a artes visuales, a música y a cine. En artes visuales prestó atención a lo más saliente de pintura, escultura y arquitectura en Europa, Estados Unidos y América Latina, y en casos ecuatorianos ilustres los incluyó en tan estrecha suma.

Nació así el libro  El siglo XX, un siglo de libros. (Y de artes y de cine), de más de mil páginas. El libro no se imprimió sino se publicó en la página electrónica del autor. Allí se lo puede consultar, marcando el título y después el año que se quiere ver. La dirección es www.hernanrodriguezcastelo.com

Tras este rápido recorrido por el aporte del crítico y estudioso al arte ecuatoriano, resulta casi increíble que una sola persona haya hecho todo esto, sobre todo si a tan rica producción se añade su importante aporte al estudio de la literatura ecuatoriana -historia de la literatura ecuatoriana, análisis y crítica de obras y autores, publicación de los cien tomos de la Biblioteca Ecuatoriana de Clásicos Ariel-; a la teoría y creación de la literatura infantil y juvenil y al fomento y guía en la lectura que ha culminado en una obra especialmente ambiciosa: El camino del lector. Guía de lecturas (que comenta y pone en sus niveles de edades y preferencias lectoras 2600 libros de narrativa); a la enseñanza del buen manejo del español, redacción en general y periodística (con su tratado que es texto en muchas universidades: Redacción periodística y los innumerables cursos dados en muchas provincias del país -con el auspicio de la Unión Nacional de Periodistas-; en medios de comunicación, escritos y televisivos que le han solicitado seminarios, y en  universidades); a la lingüística, con obras tan innovadoras como su famoso Léxico sexual ecuatoriano y latinoamericano y las tareas cumplidas como miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, que incluyen asistencia a varios congresos internacionales.