150 años de lingüística: la Academia[1]

Idioma y Estilo 1772

 Solano, Cevallos, Riofrío son adelantados de los estudios ecuatorianos de lingüística, en período formativo convulso, que apenas daba holgura para estas disciplinas. Con el ordenamiento garciano, que alcanzó, claro y férreo, a todos los órdenes del vivir de la república impúber forzándola a prematura madurez, también la reflexión sobre la principal lengua nacional cobró entidad, volumen y se institucionalizó. Todo ello se concretó en el nacimiento de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, en mayo de 1875.

En 1870 el colombiano José María Vergara y el ecuatoriano Julio Castro habían tratado en Madrid sobre la conveniencia de que en cada país de América Latina hubiese una Academia, filiar de la Real Española. A los académicos hispánicos complació la idea –que estaba, por otra parte, ya bastante madura– y la cosa se puso en marcha. Colombia tuvo la primera Academia americana, en 1871, y Ecuador la Segunda.

En ese 4 de mayo se reunieron en torno a Pedro Fermín Cevallos, respetado ya por su obra histórica y lexicográfica, Julio Zaldumbide[2], Pablo Herrera, Francisco Xavier Salazar, José Modesto Espinosa y Belisario Peña. No estuvieron, pero se los tuvo en cuenta, como a académicos designados por la Academia Española, a Antonio Flores, Juan León Mera y el animador de la creación, Julio Castro. Faltando aun académicos por completar el número previsto, en esa misma sesión se eligió a Francisco J. Aguirre, Antonio Borrero, Rafael Borja, José Rafael Arízaga, Carlos Casares y Miguel Egas. Por donde se lo mire, una importante selección de figuras de una cultura nacional que comenzaba a ser vigorosa y a abrirse a muchos campos.

(A estos nombres ha de añadirse el de Numa Pompilio Llona, el gran poeta, que había sido designado con anterioridad correspondiente de la Real Academia).

Hasta finales del siglo llegarían a los sillones de la Academia Ecuatoriana Federico González Suárez, Luis Cordero, Mariano Cueva, Tomás Rendón, el jesuita Manuel José Proaño, Honorato Vásquez, Carlos Rodolfo Tobar, Roberto Espinosa, Quintiliano Sánchez, el Hno. Miguel, Remigio Crespo Toral, Pedro Cevallos Salvador, Juan Abel Echeverría, Leonidas Pallares Arteta y Lorenzo Rufo Peña. Y en 1901 se incorporarían Rafael Arízaga, Luis Felipe Borja, Alfredo Baquerizo Moreno, César Borja Lavayén, Francisco Campos y Celiano Monje.

Es decir que en la corporación hallamos a las siguientes figuras a las que debemos atender en esta sumaria reseña de lo hemos hecho en lingüística en estos ciento cincuenta años de república que nos hallamos celebrando (o tratando de celebrar): el general Francisco Javier Salazar, Luis Cordero, Honorato Vásquez, Carlos Rodolfo Tobar, Quintiliano Sánchez, el Hno. Miguel. (Y, por supuesto, la lista sigue. Hasta llegar a nuestros días).

Ellos por autores de importantes trabajos de fonética, lexicografía o gramática. Porque, en cuanto a escritores con vasto y sólido conocimiento del español y lúcida conciencia de los retos que a las gentes americanas planteaba la apropiación de esa lengua, que, venida de España, había llegado a ser la gran lengua de los pueblos de América, los aportes de muchos otros de esos personajes fueron muy importantes para la elevación del nivel de uso del español en nuestro país y para la maduración de una conciencia colectiva frente a la lengua.

Así, por dar un ejemplo ilustre, qué ricas dotes de observación de hechos del habla quiteña lució José Modesto Espinosa y ¡qué sabroso magisterio idiomático ejercitó! Pero creo que el gran humorista merece artículo aparte en esta serie.

 

[1][1] Artículo publicado en diario Expreso, 13 de septiembre de 1980.

[2] En estos días, de publicación de esta serie, se a editado el libro póstumo de Rodríguez Castelo sobre J. Zaldumbide. Julio Zaldumbide, la vida y la vida en la obra, último capítulo de la obra personal de la historia crítica de la literatura ecuatoriana.

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