El español en el nuevo milenio

Conferencia pronunciada por Hernán Rodríguez Casteloel día del idioma español, 23 de abril, de 2002, en la sede de la Academia Ecuatoriana.

El español llega al nuevo milenio como lengua milenaria. Antes de voltear el año 1000 ya dio señales de vida, y, como la vida de una lengua es la de una estructura viva, era ya vida, aunque elemental y niña, completa en sus elementos esenciales. Y podía sentírsela, además, rica de ímpetu vital.

Cada vez se ofrece más temprano ese momento en que la nueva lengua se asomó a un códice -única memoria de las lenguas-. Celebrábamos en 1978 ese primer milenario de la lengua. Ahora parece que la fecha es anterior. En 1997 dos investigadores de la Universidad de la Rioja -Claudio y Javier García Turza- dieron en el mismo monasterio de SanMillán, donde se había hecho el descubrimiento que dio lugar a las celebraciones milenarias, con un glosario de 200 folios y cerca de cien mil palabras, varias en romance o en latín adulterado por el romance. Y este glosario lleva fecha de terminación: 13 de junio de 964.

Algo más de quinientos años más tarde, esa vida del castellano, ya bullente, vigorosa, con poderes de expansión, fructificada en magníficos frutos de lenguaje, da el salto a otros niveles de realización. El maestro Elio Antonio de Nebrija, en plenitud de conciencia, le hace gramática, y Cristóbal Colón, sin mayor conciencia, le abre una puerta hacia su gran realización de futuro, el español de América.

Y aquí importa detenernos en cosa que pesará en esta larga mirada hacia el futuro en que esta noche nos empeñamos, acaso ilusamente. ¿Qué empeño de profetismo humano no ha sido siempre un tanto ilusorio? La reina Isabel, la Católica, parece haberse mostrado reticente ante la empresa de una gramática del español, ella que tantos negocios pragmáticos urgentes se traía entre manos. Y entonces, aun antes de que el de Nebrija urdiese su respuesta -que la tenía, por supuesto, largamente meditada-, otro personaje, que se mostró sagaz y visionario, se asoma por estos resquicios de la historia, arrebatándole la palabra. Vale leer lo sucedido en relato del propio Nebrija:

El tercero provecho deste mi trabajo puede ser aquel que, cuando en Salamanca di la muestra de aquesta obra a Vuestra Real Majestad, i me preguntó para qué podía aprovechar, el  mui reverendo padre Obispo de Avila me arrebato la respuesta, i respondiendo por mi dixo: que,  despues que Vuestra Alteza metiese debaxo de su yugo muchos pueblos barbaros i naciones de  peregrinas lenguas, i con el vencimiento aquellos ternian necessidad de recebir las leies quel   vencedor pone al vencido i con ellas nuestra lengua, entonces por esta mi Arte podrian venir en           el conocimiento della, como agora  nos otros deprendemos el arte dela gramatica latina para deprender el latin.

(Gramática castellana de Antonio de Nebrija, Prólogo)

Todo aquello y más lo tenía condensado Nebrija en fórmula lapidaria de insospechadas resonancias -las tuvo, las tiene y las tendrá en el nuevo milenio-: “Siempre la lengua fue compañera del imperio”.

A las relaciones lengua-imperio hemos de volver si queremos dar consistencia geopolítica a nuestra visión de futuro.

Pretendía Nebrija con su Gramática “reducir en artificio i razón” una lengua viva, riquísima, casi torrencial. Sabíase en el papel de observador sabio y sistemático de un hecho prodigioso que, a pesar de su caudal creciente y del aire de gallarda aventura con que se lo vivía, tenía claves que la razón podía sorprender y fijar. Otros se daban a seducir la lengua y amarla como si de mujer de innumerables ardides se tratase y hasta a forzarla con la voluptuosidad de tentar límites y rebasarlos.

Vengan unas pocas fechas que cimenten esta pista de lanzamiento hacia el futuro que, aunque someramente, estamos afirmando en el pasado.

A mediados de enero de 1605 se pone a la venta una novela que lleva por título El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra.

1604: aparece la Parte I de las Comedias de Lope de Vega. Hasta 1635, año de la muerte del monstruoso ingenio, aparecerían XXII tomos, revisados por él en persona. ¡Qué suma de vida en esos cientos de piezas teatrales!

1543: fray Luis de Granada, ya famosísimo orador sagrado, obtiene permiso del general de la Orden dominicana para predicar por toda España. Y en 1556 aparece su Guía de pecadores: el habla del pueblo para decirlo todo de lo más sencillo a lo más exaltado, con admirables poderes de exactitud y rica sazón de sabores.

1557: la madre Teresa de Jesús, reformadora fuerte, incansable viajera y fundadora de conventos, escribe, en el habla del pueblo de Castilla la Vieja, El castillo interior o las moradas.

1583: edición salmantina de De los nombres de Cristo de fray Luis de León, que ya en 1561 había traducido y comentado, para lectura de Isabel Osorio, monja salmantina, el Libro de Job, iniciando larga serie de admirables traducciones -la traducción de textos de alta escritura es buena prueba de la bondad de una lengua-. Y escribía poemas de intensa serenidad y grave pasión contenida, que Quevedo publicaría en 1637 para oponerlos como dique al furor culterano.

1635: Quevedo escribe Los sueños y La hora de todos, auténticas cumbres de una prosa española de encaprichada riqueza, en que, con palabras de Cejador, hacía y deshacía a su antojo, como en propia hacienda, que lo fue suya, el idioma; prosa en que “a puñados brotan … las maneras de decir más populares y castizas” (Cejador). Y en 1648 publicaba el primer tomo de sus creaciones en verso: El Parnaso español (las Musas), que hacen de él uno de los líricos más penetrantes y redondos de la literatura universal.

1627: López de Vicuña publica en Madrid las obras de don Luis de Góngora y Argote, cuyas Soledades revolucionan el lenguaje lírico español, abriéndole horizontes que de tan altos y hondos necesitarían siglos para ser vistos con claridad. De Las soledades circulaban copias manuscritas desde 1613, seguidas por regueros de escándalo.

Entre 1636 y 1677 aparecen, revisadas por él mismo, las cuatro primeras partes del teatro y un tomo de autos sacramentales de don Pedro Calderón de la Barca. Desde 1634 las fiestas reales se honraban con una obra del autor de La vida es sueño, El gran teatro del mundo, El mágico prodigioso y El alcalde de Zalamea. ¡Qué lujo para unas fiestas que, por su destinatario, eran populares!

Fechas así, las grandes fechas de esta historia cuyo futuro nos tienta, y acaso nos fascine o intimide. Estos, y bien pudieran ser otros, al menos en algunas obras y empresas pares, los grandes forjadores de esa lengua a la que los gramáticos trataban, desde Nebrija, de “reduzir en artificio y razón”, para que quienes carecían de esos poderes geniales y necesitaban formación y guía las tuviesen.

Fue un siglo largo en que el español se convirtió en una de las lenguas humanas con más poderes para decirlo todo y elevarse a todo y ahondar en todo.

Y este siglo ha de pesar en la historia de lengua que, enraizada en las hablas del pueblo, a extremos tales llegó. Y ello hasta en el siglo XXI y los que le sigan, por miopes y ajetreados en bagatelas que se anuncien.

Han de pasar casi dos siglos en esta historia esencial del español que abocetamos para hallarnos en otra estación con visos de decisiva.

El siglo XIX nos ofrece un hecho al parecer simple pero en extremo significativo: los mayores gramáticos del español están en América y escriben obras fundamentales, en algún caso monumental. Fundamental la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos  que publica Andrés Bello en Chile, en 1847; monumental el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana de Ruifino José Cuervo, cuyo primer tomo ve la luz en París, en 1886.

Frente a esas enormes empresas debidas a gallardas individualidades, en España se ha constituido una corporación que trabajará la Gramática y el Diccionario oficiales de la lengua y piensa que su misión es defender el español de España, el castellano de Castilla.

En América, los mejores escritores -a la cabeza de los cuales estaban Palma, el tradicionista aristócrata, y Montalvo, el liberal rebelde- eran castizos. Pero otros, tan ilustres como Sarmiento, el argentino, se uafanaban de su habla americana y acariciaban utópicos sueños de independencia también idiomática.

Pero, al margen de tales radicalismos más iconoclastas que realmente constructivos, ¡cuánto peso de pensamiento y sensibilidad forjadores de usos idiomáticos había en América! Los espíritus más alertas de España lo sintieron, y Vicente Salvá, el mayor gramático peninsular del XIX, y la Academia Española, en la edición XII de su Diccionario, 1884, comenzaron  a atender con seriedad a palabras y giros usados en América.

El español acabó por convertirse en lengua de dos mundos con doble fuente de riqueza y poderes.

A comienzos del XIX se crean Academias de la Lengua en América -comenzando por la Colombiana, la Ecuatoriana y la Mexicana, en su orden-, que no son consulados de la lengua peninsular o sucursales de los productos ultramarinos, sino centros de reflexión y trabajo lingüístico americano con esa preciosa materia común que es la lengua española. El trabajo de esos centros americanos de la lengua fue minando posturas peninsulares colonalistas y al fin, en 1925, la XV edición del Diccionario académico se abrió ya sin recelos ni prejuicios a las hablas americanas.

Mediado el siglo XX damos con otra gran ola de creadores de lengua. Comienza antes del tan celebrado “boom” -nombrecito tan superficial y episódico como todo lo publicitario- y lo arrolla. En 1946 aparece en México El señor presidente de Miguel Angel Asturias; en 1947, también en México, Al filo del agua de Agustín Yánez; en 1948, en Buenos Aires, Adan Buenosayres de Leopoldo Marechal; un año más tarde, El reino de este mundo de Alejo Carpentier, enMéxico… Y obras así no han llegado sin antecedentes ilustres. Asistimos a un nuevo gran momento de enriquecimiento de la lengua. Rico metal de nuevas canteras y viejos lujos sacados de fondos inexhaustos de los baúles castellanos. ¡Cuánto lujo antiguo exhuma, por mencionar caso ilustre, Leopoldo Lugones para su fastuosa La guerra gaucha (que es muy temprana: 1905)!

Y el aporte, en otra línea, de Borges y Carpentier significa cargar la lengua de contenidos de cultura. De donde el poder de fascinación de sus prosas en medios refinados de Europa.

Y España no se queda atrás: de Valle Inclán a Cela grandes creadores de lengua parecen recordarnos que, si la gesta americana es más original y poderosa, como lo florecido en tierras vírgenes y anchos espacios, sus empresas arrancan de más junto a las raíces milenarias del español.

Con panorámica tan a vuelo de pájaro hemos traspuesto el dintel que separa el milenio de los mil del de los dos mil, y cabe preguntarse por el futuro de esta lengua con historia tan gloriosa y construcción tan rica y sostenida.

Este futuro fue visto en el siglo XIX como una réplica de la historia del latín: una lengua madre fragmentada en lenguas que, manteniendo su matriz gramatical y buena parete de sus raíces léxicas, eran ya otras a tal punto que hablantes de una difícilmente se entendían con los de otra o, sin más, no se entendían. Y fueron mentes poderosas las que a profetismo tan sombrío se acercaron. Bello, en el prólogo de su Gramática, denunciaba el que estigmatizaba como “el mayor mal de todos”:

Pero el mayor mal de todos, y el que, si no se ataja, va a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje común, es la avenida de neologismos de construcción que inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en América, y alterando la estructura del idioma, tiende a convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, liceciosos, bárbaros; embriones de idiomas futuros, que durante una larga elaboración reproducirían en América lo que fue la Europa en el tenebroso períodode la corrupción del latín.

(Gramática castellana, Prólogo, VII-VIII)

Y Cuervo, al final de carta a don  Francisco Soto y Calvo -que este publicó como prólogo a su poema “Nastasio”-, le confiaba parecidos temores:

Hoy sin dificultad y con deleite leemos las obras de los escritores americanos sobre historia,  literatura y filosofía; pero en llegando a lo familiar y local, necesitamos glosarios. Estamos pues  en vísperas (que en la vida de los pueblos pueden ser bien largas) de quedar separadops, como   lo quedaron las hijas del Imperio Romano: hora solemne y de honda melancolía en que se  deshace una de las mayores glorias que ha visto el mundo, y que nos obliga a sentir con el poeta: “¿Quién no sigue con amor al sol que se oculta?”.

 

(En El castellano en América, Buenos Aires, 1947, p. 36)

Este temor se superó. Llegadas las hablas americanas a cierto punto de diversidad, se impuso la unidad. Y esa unidad se fue imponiendo en el siglo XX con tanta mayor fuerza cuanto más se entrelazaban todos esos países con medios de comunicación que ni el más visionario podía haber avisorado en los días de Bello y Cuervo. Hasta que en el último tramo del siglo XX la televisión comenzó a arrasar hasta con los núcleos de diversidad más rurales y remontados del continente y la península.

Así que se puede anticipar, sin dárselas de profeta iluminado, que el proceso del español en el próximo milenio será de creciente unificación, y muchas peculiaridades, de querer conservárselas vivas -porque en la literatura y en estudios lingüísticos sí quedarán memorias de ellas- habrá de hacérselo en verdaderas reservaciones. La globalización, esa macroameba voraz que lo devora todo, engullirá también el español.

Pero la unidad impuesta por los medios de comunicación -verdadera tela de araña electrónica que nos ha convertido en la aldea global que anunció MacLuhan- es una unidad que se paga a altísimo costo.

Dábamos el Quijote y las prosas de Quevedo como un momento de plenitud en la historia del español. Pues bien, en un futuro desolador, que ha comenzado ya, las clases medias y las gentes jóvenes no leen ese español simplemente porque no lo entienden.. Han hecho su español al pie del televisor, y el español que por allí circula no es el español milenario e imperial, sino una suerte de raquítica lingua franca, reducida a construcciones elementalísimas y con léxico famélico de unos pocos centenares de palabras.

Esto que lo converso ahora con vosotros lo denuncié en el más alto foro de la lengua, el XI Congreso de Academias, tenido en Puebla, México, en 1998 [i] . Y denuncié como caso extremo de este dramático empobrecimiento del español el del subjuntivo. De la televisión -no la nuestra, la latinoamericana, que nos llega saltando fronteras y achicando distancias-, de ese cine importante que tenemos  el privilegio de ver en nuestras casas, así sea en un pequeño pueblo de los Andes, presenté estas muestras:

“En caso de que quieres vender”

“Me sentía como si alguien nos estaba mirando”

“Como si yo era repugnante”

En los tres casos se imponía el uso del subjuntivo. Esas tres construcciones -de principal y subordinada- no son español. Español es esto:

“En caso de que quieras vender”

“Me sentía como si alguien nos estuviese mirando”

“Como si yo fuera repugnante”

El sistema del verbo en español no tiene sino dos modos básicos (el imperativo no se usa en el español americano y ni falta que hace): indicativo y subjuntivo. Responden a una cosmovisión: las acciones -todo aquello que el verbo expresa en cualquier lengua- o son reales o no lo son. Las reales sucedieron, suceden o sucederán -los tres tiempos básicos-; las no reales son deseadas, temidas, esperadas; de uno u otro modo, hipotéticas; se mueven en territorios de subjetividad, manejadas por formas de entender, imaginar  o sentir. Y bien, para lo real está el modo indicativo, que no hace sino situar una acción en un registro temporal; para lo no real está el subjuntivo. Acabar con el subjuntivo sería, pues, mutilar nuestra cosmovisión en cuanto ella tiene de subjuntivo. Un suicidio cultural.

Ante amenazas de futuro tan sombrías como esta importa cobrar conciencia de que el futuro puede ser dirigido: sostener, frente a todos los fatalismos, que el hombre es, al menos en parte, señor de su futuro.

Y el futuro se puede cambiar en las aulas. Allí está el futuro de los pueblos. Si en todas las aulas de España y América se aprende a usar y a amar el subjuntivo, puede llegar el día en que deficiencias de uso tan torpes y aberrantes como las que acabo de denunciar sean reconocidas y rechazadas universalmente.

Pero si la niñez y juventud puede aprender su lengua en las aulas, el adulto no tiene ya más escuela que la televisión, la radio y, en mucha menor cantidad de usuarios, los medios impresos.

Y entonces se impone concluir que ese futuro de la lengua depende, mucho más que de nosotros, académicos, de los periodistas y los comunicadores.

Soy periodista colegiado y al reflexionar así me siento uno más del oficio. Y hay algo penoso que siento que debo decirlo, pero me alivia hallar que lo dice otro periodista, reconocido y acatado por el modo como luce poderes en sus textos, desde vastísima erudición hasta sutil humor. Daniel Samper hizo también unas reflexiones sobre el español, en vísperas de llegar al 2000. La .sexta reflexión se tituló “Los enemigos del español” y dice así:

Varios escritores y profesores de filología, entre ellos Gregorio Salvador y Francisco    Ayala, han tenido la valentía de señalar las contribuciones de la telenovela en el duro oficio de     remojar y renovar la lengua peninsular. Otros han preparado la lista de quienes resecan el   español, lo debilitan, lo empobrecen y lo quebrantan.

Los periodistas encabezamos esta lista. Y no falta razón a quienes nos critican. Los medios de comunicación son el profesor de idiomas de la sociedad de masas, y cada día deseducan” más. El léxico del periodista parece reducido a su mínima expresión; los errores    gramaticales son pan de cada día; y, si alguna vez existió, se ha perdido el cariño y la preocupación por el idioma.

 (Diners, Quito, n. 184, 1997, p. 37)

 

Hubo un tiempo en que con el griego -un griego sencillo, la KOINE o lengua común, aquella en que se escribieron los Evangelios- se podía comerciar desde las costas de Hispania -allí donde acababa el mundo- hasta las del Asia Menor. Y cualquier erudito o intelectual podía conversar  con sus colegas en las grandes bibliotecas y centros de cultura, lo mismo en Alejandría que en Efeso, en un griego de más quilates.

Surgió después el Imperio Romano, que impuso su poder militar, sus leyes y costumbres administrativas y su imponente obra pública en todo el mundo antiguo, desde el sur de la indómita Britania hasta el hermético Egipto. Y, según la implacable fórmula de Nebrija, “la lengua fue compañera del imperio”.

El mundo griego sucumbió ante el poder latino. Ante las armas siempre han callado las letras. Pero el griego, por ser lengua de pensamiento, ciencia, arte y cultura, permaneció intacto y dominó intelectual y estéticamente a los conquistadores latinos a través de sus más altos intelectuales y artistas. Se estableció entonces una relación admirable entre la lengua de un pueblo conquistado y la de su conquistador, que se extendió más allá de un buen par de siglos.

Pero el latín acabó por dominarlo todo y advino un milenio en que el latín fue la lengua oficial y general del mundo. El milenio, ya sabemos, acabó, en cuanto a esto de las lenguas que nos ocupa hoy, con el fraccionamiento de la lengua madre en sus hijas romances.

El milenio que hemos comenzado será por largo tiempo dominado por el inglés. De inglés se hace ahora esa KOINE con la que se puede viajar por cualquier parte del mundo y negociar desde Hong Kong hasta Manta, en Ecuador….

Oriente rechazará el inglés por razones de oscura raigambre religiosa y cultural. En Occidente se enfrentarán a la lengua del imperio las mayores lenguas de cultura, aquellas en que se siga haciendo gran literatura para el mundo -el alemán de un Gunther Grass, por ejemplo- y cine de alcance universal -Vajda sigue hablando al mundo en polaco y Kusturica hace resonar con su desbordante riqueza barroca el esloveno en su filmes-. La ciencia y la tecnología, en cambio, hablan ya solo inglés, y todo en el mundo se inventa en inglés y se patenta en inglés, y esto va a seguir largamente.

Pero he aquí que el español ha mostrado una enorme capacidad para apropiarse de todos esos productos de ciencia y tecnología “made in USA” y manejarlos sin problema en español. Solo ha hecho falta un poco de imaginación indiomática para buscar en las canteras de la lengua.

Y en sus contactos con la lengua imperial corriente el español empieza a anotarse significativas victorias, en el corazón mismo del imperio. El Anuario del Instituto Cervantes 2001, titulado El español en el mundo, nos hace saber que, a las puertas del nuevo milenio, de cuantas lenguas extranjeras conviven con el inglés en Estados Unidos, el español es la más hablada, la más oída por radio y televisión y la más estudiada. 35,3 millons de hisopanos guardan como preciada pertenencia el español; es decir, el 12,5 por ciento de la población del enorme país. Y ello explica los más de 300 periódicos hispanos, las 528 emisoras de radio, las grandes cadenas de televisión(Univisión y Telemundo) y los 43 millones de libros en español que se compraron en 1997. El imperio, para sus fines de dominio, va a tener que hablar español…

Y, más que al imperio en sí, hay que atender en esta hora en que se está decidiendo buena parte del nuevo mileno al capitalismo. Cumpliendo de modo inexorable ley establecida por Marx ese capitalismo, sacudidas trabas de cualquier índole, apunta a los enormes monopolios. Universalizado el capitalismo, no hay poderes que puedan enfrentarse a los de gigantescas transnacionales y otras grandes redes -a veces, obscuras telas de araña- del poder económico.. Ellas son el poder, sin más. Ante ellas se rinden países enteros, y no solo los de las miserables periferias. “¿Qué queda, por ejemplo, de la independencia de Bélgica?” -se preguntaba un analista internacional, y daba la razón de un no quedar nada de Bélgica: “Y es que sus empresas esenciales ya pasaron a manos extranjeras y, además, el grueso de su ahorro está colocado precisamente en compañías extranjeras”. El caso, como tantos otros que podrían añadirse, fundamenta la terminante y general formulación de Alain Touraine: “La autonomía del Estado respecto de los centros de decisión económica se hace más débil en todas partes y con frecuencia desaparece” (En La sociedad post-industrial, Barcelona, 1969, p. 8). Aquello era tendencia que se imponía a los espíritus más alertas. Desde el temprano año en que aquello se escribió -anterior a la edición española del libro-  la cosa se ha ido agravando.

Y esos poderes transnacionales, de vuelta de sus aventuras mundiales de conquista -en el único terreno en que les interesa conquistar: el del dinero- llegan a los mismos Estados Unidos. Del mismo autor del texto sobre Bélgica, Jacques Attali, a quien debemos un Diccionario del siglo XXI, es este otro párrafo casi admonitorio

En los Estados Unidos, mientras tanto, ¿qué quedará de la independencia política cuando la grandes empresas del complejo militar, de las telecomunicaciones y de la  informática (Tales como Lockheed, G.T.E. o Microsoft) se vuelvan monopolios absolutos del  mercado doméstico?

(“Empresas y punto”. Diners, Quito, n. 202, marzo 1999, p. 22)

 

Así que el poder va a ser en el nuevo milenio, todo lleva a pensar así, transnacional capitalista. El derrumbamiento de la URRS y sus socialismos satélites muestra la magnitud de esta arrolladora fuerza nueva. Porque no fueron los Estados Unidos los que acabaron con la potencia soviética. Los Estados Unidos y sus misiles y su OTAN por décadas nada pudieron hacer como no fuera polarizar el mundo y fortalecer a su rival político. Fue la seducción del consumo la que acabó con esas reservas de austeridad y fortaleza moral que sostienen cualquier socialismo. La Coca Cola pesa más en el mundo que gobierno y poderío militar  de los Estados Unidos.

Ahora bien, ¿qué les interesa a las transnacionales? Algo muy simple: ganar dinero.Y, para ello, vender. Vender es el gran arte del milenio que ha comenzado.

He aquí, pues, que la suerte del español de Cervantes y Quevedo, de Bello y Cuervo, se ha uncido a algo tan fenicio como vender. Para las grandes transnacionales el mundo del español no es sino un mercado más. Un mercado en el que no se podrá vender sino en español. ¡Pero qué pobre es el español que no se necesita sino para vender!

Resulta, entonces, que también por este lado llegamos al mismo sombrío pronóstico: el español del nuevo milenio se empobrecerá lamentablemente.

Piénsese que también el libro es objeto de mercado y también allí todo empieza a ser manejado -manipulado- por grandes transnacionales. ¿Qué espacio quedará para esos libros que realmente enriquecen la lengua y ahondan soberbiamente en esa cosmovisión que es la última razón de ser de una lengua?

 

[i]   El texto de la ponencia a que el autor se refiere se lo hallará también en este portal web: El español ante un nuevo milenio. La problemática pendiente.

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