Cobo, el escultor y sus últimas búsquedas

Alangasí, en el Valle de los Chillos, 18 de febrero de 2007

Jesús Cobo, como todos los escultores de raza, ama los materiales. Busca conocerlos hasta sus secretos de naturaleza, los solicita y requiere, dialoga con ellos. Y, aunque en períodos pasa de un material a otro, no se olvida del que quedó atrás.

COMENZO CON LA MADERA

Sus comienzos de escultor fueron con la madera, y en su muestra última -la que este texto comenta-, hay dos piezas que recuperan el amor a ese material y las sabidurías de oficio logradas cuando trabajaba la madera. Las dos recuerdan lo noble del material y esas morbideces casi orgánicas que solo en la madera se consiguen.

La madera, de por sí, evoca la puerta humilde -los portones buscan el hierro-, el mueble trabajado artesanalmente -para el trabajo en serie está el plástico-, lo doméstico, en suma. Pero, también, el árbol con toda la riqueza y hasta monumentalidad de la naturaleza arbórea. Y elaboraciones y construcciones humanas que recogen verticalidad y ritmos del árbol, en los mejores casos con vuelo y brío. Que son los retablos de nuestros templos barrocos, con sus encaprichados columnarios, estupendas tallas en madera.

En una pieza de la muestra está la madera, y, única, se nos antoja una suerte de recuerdo de la hora en que fue el material preferido, y de homenaje a sus poderes expresivos y plásticos. Sugestivo desde el nombre: “Templo”: la madera con sugestión de puerta, de dintel en arco y del espacio hacia el que puerta y arco se abren. Y ese “templo” sugerido acoge una forma escultórica de hierro y lava volcánica con alusión polisémica a cruz y levitación, resurrección acaso.

 

FUE DESPUES LA PIEDRA

Vino después la piedra. Comenzó por la piedra de apariencia más rica y más noble tradición escultórica: el mármol.

Cobo se había familiarizado con el mármol en las casi míticas canteras de Carrara. Mármoles blancos, mármoles casi translúcidos, veteados, negros.

No pudo dar en el Ecuador con bloques ni tan grandes ni interiormente tan enteros como los que allá estaban hasta a  disposición de quien quisiese llevárselos -por acá la extracción del mármol era bárbara-. Pero, superadas las limitaciones, hizo piezas magníficas, que unían a su sólida calidad escultórica condición de objeto bello: así una serie de torsos de segura estilización.

Y con el mármol asumió el primero de los grandes retos de su tarea de escultor: con el duro material evocar montañas, con su aire, sus nubes, sus grandes espacios. Sentíase seguramente en deuda con el paisaje heroico del pueblo natal, ese Chunchi colgado en la ladera de áspera montaña.

Superó estupendamente el reto y en esas piezas marmóreas se sintió el aire enrarecido de la montaña, vientos arrastrando nubes por sobre grandes abismos, cumbres desoladas…

Después, bastante después, vendría otro reto: el agua. Puso a dialogar el mármol con el agua; dio al mármol la fluidez del agua que corre cobre cauces rocosos; convirtió al mármol en cascada, en charco, en lago, en arrecife sobre la bahía. Todo plástico, con modos de evocación y significación artísticos; nada simplemente descriptivo. El diálogo, lo mismo cuando fue tenso que cuando fue sutil, fue de esencialidades.

Y nunca abandonaría por completo el mármol. En su última muestra anterior a la presente haría escultóricamente obras del género  de los bodegones: muy estilizados, más elusivos que alusivos del clásico bodegón. Y el protagonista fue el mármol negro brillante, blanco y blanco veteado de ocres, negro de rico jaspeado, verde con sugestión de texturas. Pero para entonces (2001), trabajaba ya el metal, y combinó con libertad y seguro instinto visual los elementos marmóreos con metálicos: hierro y acero inoxidable, y aun con otras piedras.

Una obra de la muestra actual entronca con  esa última empresa con el mármol. Desde el nombre: “Bodegón”. Pero tiene partes de hierro y resina. Y la calidad de la pieza estriba en la tensión entre el mármol y esos otros materiales, más maleables, menos fastuosos.

 

ESAS PIEDRAS DE SEVERA DUREZA

Tan ricas y bellas como el mármol, pero con una belleza diferente, se le ofrecieron al escultor ciertas piedras andinas, como la serpentina o el granito.

Eran piedras de una belleza más profunda, en sus verdes con vetas interiores y sus extraños jaspeados. Y eran piedras de severa dureza, que la tornaba casi herméticas. Para romper ese hermetismo y sacar la forma que al artista sentía latir en ese interior andino debió a veces romper varios diamantes.

A medida de lo arduo del tallar fue la grandeza de las más logradas de esas obras. Como una hecha de dos piezas alargadas como grandes hojas que dejaban entre ellas un seno cálido. Yo la he llamado siempre “Cutul” porque siento en ese interior vacío la dorada mazorca que las hojas del cutul protegen. Es un canto hierático al maíz, que fue, desde tiempos inmemoriales, la vida de este valle en que el escultor y yo vivimos, y debería ser su signo y símbolo mayor.

Y trabajaría otras piedras. Hasta la que domina la presente muestra y por ello requerirá nuestra atención.

 

EL METAL PARA LA GRAFIA Y EL SIGNO

Sin abandonar la piedra Cobo se dio a trabajar el metal. Tensiones entre la piedra -como elemento de naturaleza- y el metal -producto de tecnología e industria- le fueron significante de las tensiones de que está hecha la ciudad contemporánea.

Fue una de sus muestras importantes,”Urbano”. Piezas en que geometrizó la piedra y construyó con bloques pétreos la verticalidad fría que domina en la ciudad contemporánea. Separó esos cubos pétreos con planchas azules o rojas de aluminio,y alguna vez turbó la rígida verticalidad con largo corte curvo.

Pero  otras piedras, de mayor belleza natural, se resistieron a composiciones de tal rigidez geométrica e impusieron organicidad formal y riqueza volumétrica y, aun manteniendo cierto geometrismo vertical, las obras cobraron complejos valores escultóricos. Y el hierro coloreado se sumó al juego.

Importa recordar que para el artista “urbano” fue también el retorcido y voluptuoso barroco quiteño. Y para ello se sirvió del metal. En aluminio fundido hizo una versión casi abstracta de la Virgen de Legarda. Y recuperó ermitas y retablos.

 

LA SEDUCCION DE LA LAVA VOLCANICA

Y así llegamos a la muestra que tenemos ante nosotros. Ha seguido el artista trabajando la piedra. No ha abandonado el mármol en que ha logrado tanta obra bella. Pero ahora es otra la piedra que lo seduce: la dura lava volcánica. Con su color gris obscuro y leves sugestiones de texturas cromáticas profundas. La ha obscurecido -con betún- para lograr un gris casi negro, severo, que en varias obras pondrá a contrastar, audazmente, con metales coloreados de brillantes primarios.

Y la calidad del material y su austera condición cromática ha buscado realizarse en una construcción de severo cromatismo que ha roto la elementalidad del bloque abriendo un espacio que aloja un bloque menor apoyado sobre un elemento de metal de rojo vivo y sujetada por arriba por otro también rojo (“Construcción”).

En otra pieza verticalidad y constructivismo geométrico se enriquecen con cortes también rectilíneos, uno de los cuales aloja pequeño cubo sostenido en vilo por varillas de acero (“Composición vertical”).

Y en otra, de menor hieratismo y mayor refinamiento, se incribe el bloque cuadrangular de lava volcánica en marco rojo, también geométrico, de resina, coronado por otro pequeño bloque de piedra. Y el conjunto se sustenta sobre hierro. Hay la sugestión de sintagmas de algún elementalísimo mensaje (“Signos”).

Más directo ese mensaje en “Pareja”, en que los dos bloques rectilíneos paralelos se unen de variados modos: por el juego de varillas de acero, por un pequeño bloque transversal, por trazo cuadrangular bemellón evocador lo mismo de ruptura -se rompe por la separación entre los bloques verticales- que de unión -se ofrece como una continuidad en trance de reunirse.

En la misma “poética” de juego de bloques inscrito en marco de color está “Puerta del sol”, con elementos pétreos dentro de marco verde turquesa de resina.

Halla el artista que estas formas de austero geometrismo emparentan con hieráticas construcciones de nuestras culturas ancestrales y subraya esa vecindad a la vez que les da expresión contemporánea en un “Ingapirca” de sutil alusión arquitectónica, en que el elemento de naranja obscuro inserto en el bloque verde turquesa de resina tiene aire de la ventana trapezoidal de las edificaciones incas.

“Tiahuanaco” conjuga todas estas formas expresivas de lo ancestral en hermosa pieza más elusiva que alusiva; una vez más la piedra encerrada en un marco, este de color vivo; la piedra en dos bloques soldados como piedras de alguna monumental y fastuosa edificación. Más que la estilización del motivo arquitectónico ilustre se busca una apertura a los sentidos míticos y mágicos de la puerta tiahuanaco.

 

NUEVAS INQUIETUDES

Otras formas testimonian nuevas inquietudes. El esquema vertical  básico se enriquece con juegos imaginativos de sutil o penetrante carga semiótica.

“Danzante” no ha perdido hieratismo, pero ha cobrado algo de lúdico, lo mismo en la alusión a la figura del danzante que en el contraste cromático entre el rojo fulgurante y las cuadrículas de azul.

Y la reducción del motivo a los elementalísimos bloques de lava volcánica y resina, más algún extraño toque de naranja, convierte a “Arbol”  en signo de sentidos no por simples menos hondos.

“Estela” transforma en signo artístico de fina estilización y abierta polisemia la “estela” de viejas culturas, con el elemento metálico lujoso de color y austero de diseño adscrito a la columna.

Diríase que esta línea de búsqueda de formas y sentidos culmina, en momento de especial plenitud sígnica, en “Cosmos”, en que  los dos agudos triángulos de acero unidos o separados por el trazo pétreo horizontal ponen en tenso diálogo las dos formas de lava volcánica con algo de suelo y cielo, de cimiento y arco, de asiento y techo.

 

LLEGAN CON LA CURVA

Con el trazo curvilíneo y la ruptura de la austera verticalidad se da un nuevo bullir de formas, con recuperaciones de antiguas empresas formales, desde donde se detuvieron, e innovaciones.

“Simbiosis” lo hace con tres elementos: la media luna de lava volcánica, que alude a las sillas ceremoniales manteñas, y dos formas metálicas que, con sus contornos redondeados, dibujan una nave -con algo de orgánico, sensual- y su vela triangular. El rojo de la nave y el azul acerado de la vela intensifican el juego de las formas.

“Orgánico” ha vuelto al mármol, para algo como un cáliz blanco que acoge una negra flor de trazo geométrico suavizado por la sinuosidad de los perfiles.

Y en “Inti”, el sol rojo de plancha metálica, con rasgados que dinamizan la forma circular plana corta la piedra de gris blanquecino, que se convierte en horizonte, tierra.

Por fin, un “Bodegón” retoma esta hora de juegos formales, aportando al motivo el nuevo hieratismo y tensiones sígnicas.

Pero el sinuoso trazo curvilíneo se extiende también a la verticalidad. Para dar forma a esas verticalidades de naturaleza, que nunca son geométricas y tienen la belleza sensual y viva de lo orgánico.

“Natura” es una hoja de elementalísimo trazo metálico vertical en sensual amarillo  y se completa la alusión vegetal con una suerte de fruto de lava obscura elevado sobre alto tallo metálico.

Y un nuevo “Bodegón” ha puesto dos elementos del bodegón escultórico -el clásico gajo de sandía y una suerte de fruta oblonga- sobre larga columna de piedra.

“Flama” vuelve al hermoso tema del árbol, y la columna cobra la voluptuosidad del troco vivo. Arriba un follaje geometrizado, en rojos -por donde lo de “flama”- se recoge en un sobrio marco de madera y lo desborda.

Y estos caprichos formales se extreman en una “Composición con luna” en que el largo y grácil tallo de piedra obscura sustenta una fina luna azul apenas creciente, receptáculo de dos formas marmóreas contrastadas en color -negro y blanco- y trazo -lo agudo y lo esférico.

 

EN PROCURA DEL ESPACIO

Hay en la muestra una obra que nos pone ante un nuevo territorio de sondeos y búsquedas.

En un marco cuadrangular rojo de hierro, de lados significativamente anchos y sólidos, están inscritas dos formas. Una redonda, mayor, con apenas una muesca vaciada en el borde más cercano al centro, y otra, bastante menor, aguda, cónica, que cae sobre la breve oquedad de la mayor. Los dos elementos, de rica talla en mármol negro. Y el resto, el espacio. Que supera la condición de “fondo” para los dos elementos sólidos; que no es un simple “en donde”, y cobra presencia de elemento escultórico al que el enmarcamiento ha puesto a dialogar con las formas obscuras. Y ese elemento es puro espacio, transparencia abierta hacia lo que pueda verse más allá de la composición. El nombre que el escultor ha dado a su pieza nos conduce a su intención, a su propuesta nueva: “Espacios significantes”.

Y en “Ventana” igual sondeo y búsqueda: dos hojas -mármol verde- se besan en su agudos vértices, creando tensión dinámica.Y el marco de la ventana que las encierra por arriba y por abajo, construye un espacio; espacio que es aire, transparencia. Otra vez “espacio significante”.

La escultura contemporánea se ha movido entre la solidez volumétrica -que arranca del sabio minimalismo del genial Brancusi- y búsquedas para conjugar ese volumen -que se ofrecía como elemento esencial de lo escultórico- con espacio y vacío. Así las “Formas únicas de la continuidad en el espacio” que hizo Boccioni en 1913 o el “Gran caballo” que un año más tarde Raymond Duchamp-Villon hizo saltar al espacio exterior a la madera. Casi una década más tarde Alexander Rodschenko encerró espacio entre los dinámicos trazos circulares de su “Construcción suspendida” y adelantó esa línea de búsquedas espaciales Naum Gabo en el cristal de su “Construcción en el espacioexander Calder puso a juguetear en el espacio sus móviles, a veces tan leves y tan traspasados de aire de naturaleza como “Cinco ramas con 1000 hojas”. Y, ya en los sesentas,  Sol LeWitt encerró espacio vacío entre los lados de su “Cubo”. Todos, al nombrar sus obras, privilegiaron lo sólido o el continente del espacio: formas, construcción, ramas, cubo. Y ahora un inquieto escultor ecuatoriano anuncia el espacio como significante.

Es un primer paso hacia un territorio incógnito. Como todo primer paso en búsquedas artísticas exigirá radicales precisiones en el qué y el cómo. La lucidez de la propuesta inicial parece prometer sustancioso botín. Hay que seguir de cerca al iluminado explorador.

Y entretanto esta muestra con sus experimentaciones audaces -como la de la incorporación del metal coloreado en sus piezas de piedra-, sus tensiones formales con sugestivos efectos estéticos y sígnicos y su férvida búsqueda de significantes -con la lucidez que ha dado al intelectual contemporáneo la semiótica- nos confirman en una apreciación que se ha sostenido firme por largo trecho: Jesús Cobo es escultor, es escultor de sensibilidad contemporánea y escultor que afirma sus experimentos y búsquedas en un seguro oficio.

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